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lunes, 2 de enero de 2017

Leer juntos Hoy: ‘El gran cuaderno’, de Agota Kristof



Grupo de lectura "Leer juntos Hoy" del IES Goya
Sesión del 12 de diciembre de 2016
Autora: Agota Kristof
Obra comentada: El gran cuaderno (primera novela de la trilogía Claus y Lucas). El Aleph, 2007. Traducción de Ana Herrera Ferrer y Roser Berdagué Costa.

 El libro se publicó en 1986 en francés, cuando la autora tenía ya más de 50 años. Lo publica en el exilio, en Suiza, adonde había huido de Hungría en 1956,  a los 21 años.

El libro está escrito en forma de cuaderno o diario que escriben dos niños, hermanos gemelos, en la casa de su abuela, en un pequeño pueblo durante una guerra europea.

Varias cosas llaman la atención:

La aparente simplicidad de la narración. La crudeza de lo que se cuenta. La intencionada objetividad en el relato de los hechos, sin mostrar ningún sentimiento de pena, horror, vergüenza o empatía.  Es un relato amoral.

No existen coordenadas geográficas o cronológicas. Sabemos solo que la acción se desarrolla en Europa, en el transcurso de una guerra, en un pueblo fronterizo, que en la casa de la abuela hay una habitación reservada a un oficial invasor, que el invasor y el invadido hablan lenguas diferentes, y poco más. El lector podrá imaginar una guerra reciente, un invasor, un país, pero podría equivocarse. De esta forma el relato aparece sin tocar tierra, aunque es muy real. Podríamos hablar de que busca una universalidad en el relato. Todas las guerras son iguales, crueles, despiadadas, aplastan a los más débiles, se enriquecen los mismos. Todos quedan marcados. Nadie es inocente.

El narrador es la voz de los gemelos, una única voz que cuenta todo tal como ocurre, sin piedad, sin exagerar, sin dulcificar nada. Qué edad tienen Claus y Lucas cuando escriben, cuánto tiempo pasa hasta que acaba el cuaderno… solo lo adivinamos, sin saberlo. Empiezan de muy niños, acaban siendo adolescentes. Se separan al final, porque uno huye y el otro se queda.

Caben varias interpretaciones sobre los niños: ¿existen de verdad los dos hermanos o son un recurso literario?, ¿o quizás el invento de un niño de desdoblarse para hacer un diálogo consigo mismo con el fin de resistir su soledad?

Cada personaje permanece fiel a sí mismo o al  papel que ha decidido jugar en pos de la supervivencia. La abuela llama a sus nietos “hijos de perra” y es implacable con ellos, como si no pudiera permitirse una debilidad o cierto sentimentalismo. Los gemelos aprenden pronto que para sobrevivir hay que endurecerse hasta el límite. Los sentimientos son peligrosos puesto que pueden cambiar y son relativos. Deciden hacer ejercicios para endurecerse físicamente, se pegan entre ellos, pasan hambre… pero el ejercicio psíquico es aún mayor, se insultan y ejercitan el olvido de las palabras cariñosas de su madre hasta sentirlas con indiferencia. Naturalmente, esta coraza los salva, sobreviven; obtienen lo que necesitan: cuadernos, lápices, zapatos, comida, respeto (mediante el miedo), pero lo más inquietante de todo es que es difícil ponerse en su contra cuando entras sin querer en su endiablada lógica. Ayudan a morir a gente, defienden a la vecina (Cara de liebre) cuando se meten con ella y no juzgan, sino que intentan comprender lo que existe. ¿Estamos justificando el mal poniéndonos a su lado aunque sea por un segundo? Y si estuviéramos en sus circunstancias, ¿qué haríamos? ¿No es digna de elogio esa fuerza de voluntad por formarse en circunstancias tan penosas?


 Con un diccionario de su padre, una Biblia y unos cuadernos que roban, se esfuerzan por leer, escribir, hacer cuentas, redactar, corregirse, ejercitar la memoria. Son autodidactas y se rigen por su propio código de justicia, por ejemplo cuando deciden hacer todos los trabajos que puedan para que su abuela no tenga que hacerlos: solo porque lo ven injusto y no porque si no los hacen no comerán.  Eso no impide que vean a su abuela como una mujer avara, sucia, ladrona y posiblemente asesina de su marido. 

Son niños maduros precozmente, no juegan, no sonríen, no se distraen. Piensan y actúan como adultos.

Hacia el final del relato, se valen de su padre, que muere en la huida para que uno de ellos pueda huir. ¿Es una huida de verdad? ¿Es una prueba más? ¿Es una treta para deshacerse de alguien inventado? Si nos atenemos a lo escrito en el “gran cuaderno”, los hechos, todos, aparecen como reales sin interpretación posible. 

Sabemos que le siguen dos libros más y, naturalmente, queremos saber qué ocurre después, porque el libro está escrito de forma hipnótica, describe, narra y piensas que en el próximo capítulo pasará algo importante, nos dará la solución a la trama, pero el último capítulo es uno más.

Unas palabras sobre la autora:



La analfabeta: un relato autobiográfico. Ed. Alpha Decay, 2015. Prólogo de Josep Maria Nadal Suau. Traducción de Juli Peradejordi.

Agota Kristof nace en 1935 en Csikvánd (Hungría) y abandonó su país en 1956 con la invasión soviética a su país. Con solo 21 años y un bebé de cuatro meses y su marido, huyen de su país con otros compatriotas a Suiza. Allí trabaja en una fábrica de relojes y escribe primero en húngaro y, más tarde, en francés. 

Su obra más importante, con la que adquiere un gran éxito internacional, es Claus y Lucas, la trilogía que se abre con El gran cuaderno y que sigue con La prueba y La tercera mentira. La escribe con más de 50 años, treinta después de llegar a Suiza. Veinte años después deja de escribir y muere en 2011, a los 76 años de edad.

Si leemos su biografía, entenderemos muchas cosas de Claus y Lucas: la importancia de la presencia del diccionario, la pasión por trabajar su voluntad leyendo y escribiendo, la soledad, la pobreza de la guerra, el miedo, la resistencia, la dolorosa ausencia de la madre, el padre en prisión, el hambre, la referencia a las lenguas enemigas –ella tuvo que aprender el alemán y el ruso por ser las lenguas del invasor–, la negación de ir a la escuela de los niños en la novela… Dice en su prólogo Josep María Nadal (pág. 15): “Pero si la educación la organiza institucionalmente el enemigo, entonces ese ritual se convierte en una usurpación y la obligación no es enseñar ni aprender“.

Aunque el francés no fue una lengua del invasor, siempre fue una lengua enemiga en el sentido de que debía luchar toda la vida por dominarla y porque al adoptarla le hizo matar su propia lengua materna. En cierto modo, se consideró por mucho tiempo una analfabeta.

Isabel Troya Rivas

Nuestra compañera Inmaculada Martín nos regala en esta ocasión los siguientes dibujos:

6 de diciembre
Biblioteca


Canfranc 2016



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