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miércoles, 30 de marzo de 2016

E. L. Doctorow: "El escritor de la familia" [Fragmento]





EL ESCRITOR DE LA FAMILIA 

[FRAGMENTO] 

Traducción de Carlos Milla Soler e Isabel Ferrer Marrades 

En 1955 murió mi padre y su anciana madre aún vivía en una residencia de la tercera edad. La mujer tenía noventa años y ni siquiera se había enterado de que él estaba enfermo. Temiendo que el disgusto la matase, mis tías le dijeron que se había trasladado a Arizona por su bronquitis. Para la generación inmigrante de mi abuela, Arizona era el equivalente en Estados Unidos a los Alpes, el lugar adonde uno iba por salud o, para ser más exactos, el lugar adonde uno iba si tenía el dinero necesario para ir. Dado que mi padre había fracasado en todos los negocios de su vida, ése fue el aspecto de la noticia en el que se centró mi abuela, el hecho de que su hijo por fin había alcanzado cierto éxito. Y fue así como mientras nosotros, en casa, llorábamos su pérdida con una mano delante y otra detrás, mi abuela alardeaba ante sus amistades de la nueva vida de su hijo en el aire seco del desierto.
   Mis tías habían decidido esa línea de acción sin consultarnos y eso suponía que ni mi madre ni mi hermano ni yo podríamos visitar a la abuela porque supuestamente nosotros, como familia que éramos, también nos habíamos trasladado al Oeste. A mi hermano Harold y a mí no nos importó: la residencia había sido siempre una pesadilla, con todos aquellos ancianos allí sentados mirándonos mientras intentábamos entablar conversación con la abuela. Ella tenía un aspecto espantoso, padecía un sinfín de males y se le iba la cabeza. No verla tampoco representaba una decepción para mi madre, ella nunca se había llevado bien con la vieja y no la visitaba ni siquiera cuando aún podía. Pero lo molesto fue que  mis tías habían actuado como era habitual en esa rama de la familia, ejerciendo la autoridad en nombre de todos: por un lado, ellas, las auténticas ciudadanas por lazos de sangre; por otro lado, los demás, ciudadanos inferiores por lazos matrimoniales. Era precisamente esa actitud la que había atormentado a mi madre durante toda su vida de casada. Sostenía que la familia de Jack nunca la había aceptado. Se había enfrentado a ellos durante veinticinco años como intrusa.
   Pocas semanas después de nuestro duelo ritual, mi tía Frances nos telefoneó desde su casa de Larchmont. La tía Frances era la más rica de las hermanas de mi padre. Su marido era abogado y sus dos hijos estudiaban en Amherst. Había llamado para decir que la abuela preguntaba por qué no tenía noticias de Jack. Yo había atendido el teléfono. "Tú eres el escritor de la familia -dijo mi tía-. Tu padre tenía mucha fe en ti. ¿Te importaría inventarte algo? Envíamelo y yo se lo leeré a ella. No notará la diferencia."
   Esa noche, en la mesa de la cocina, aparté mis deberes y redacté una carta. Intenté imaginar cómo habría respondido mi padre a su nueva vida. Él nunca había viajado al Oeste. Nunca había ido a ningún sitio. En su generación el gran viaje era de la clase trabajadora a la clase profesional. Eso tampoco lo había conseguido. Pero adoraba Nueva York, la ciudad donde había nacido y vivido su vida, la ciudad donde siempre descubría cosas nuevas. Adoraba especialmente las zonas antiguas por debajo de Canal Street, donde encontraba proveedores de buques o empresas que comerciaban al por mayor con especias y té. Era vendedor al servicio de un mayorista de electrodomésticos, con clientes repartidos por toda la ciudad. Le encantaba llevar a casa quesos raros o verduras exóticas de otros países que se vendían sólo en determinados barrios. Una vez llevó a casa un barómetro, otra vez un catalejo antiguo en un estuche de madera con cierre de latón.
   "Querida mamá -escribí-. Arizona es un sitio precioso. Luce el sol todo el día y el aire es cálido, hacía años que no me sentía tan bien. El desierto no es tan yermo como podría pensarse sino que está lleno de flores silvestres y cactus y extraños árboles torcidos que parecen hombres con brazos extendidos. Puedes ver a grandes distancias mires a donde mires y al oeste hay una cordillera, quizá a unos ochenta kilómetros de aquí, pero por la mañana, cuando el sol la ilumina, se ve la nieve en los picos."
   Mi tía telefoneó al cabo de unos días y me dijo que fue al leer la carta en voz alta a la vieja cuando sintió el pleno efecto de la muerte de Jack. Tuvo que disculparse y salir a llorar al aparcamiento.
   -No sabes cómo lloré -dijo-. Lo añoré tanto.Tienes toda la razón, le encantaba ir a sitios, le encantaba la vida, le encantaba todo.
                                                         En Cuentos completos, Malpaso, 2011, páginas 39-43


El escritor estadounidense Edgar Lawrence Doctorow (Nueva York, 1931-2015), hijo de un matrimonio de inmigrantes judíos de segunda generación, se crio en el Bronx y estudió en el Kenyon College. Empezó a escribir estimulado por los relatos de vaqueros que leía para una productora cinematográfica. Sus novelas, que contribuyeron a fijar en la memoria de los lectores episodios recientes de la historia de su país, lo han convertido en el gran cronista de la historia norteamericana y en uno de los maestros de la literatura contemporánea. Basta recordar obras como El libro de Daniel (1971), sobre el caso Rosenberg; Ragtime (1975), la historia de Nueva York entre 1900 y la Primera Guerra Mundial; La gran marcha (2005), acerca de la operación militar del general Sherman durante la guerra civil, o Homer y Langley (2009),  la historia real de los hermanos Collyer, que murieron en su mansión  de Harlem sepultados en la basura que habían acumulado durante años. Entre otros premios, ha recibido el National Book Award y, en tres ocasiones, el National Book Critics Award.
   De sus cuentos, publicados a lo largo de cuatro décadas, escribe Eduardo Lago en el Prólogo a la edición de Cuentos completos: "El encuentro con los relatos breves de Doctorow supone una verdadera revelación: en ellos hay algo que no se manifiesta de la misma manera en las novelas mayores. Para decirlo de manera sumaria, como autor de relatos breves, Doctorow fue un escritor más directo, poético y fugaz; más emotivo y cercano; más íntimo y elusivo; más profundo y misterioso; y, a la postre, mucho más desconcertante".

1 comentario:

  1. ¡Genial! Mira que tengo resintimiento a EEUU, aunque me gustan un montón de sus cosas...¡pues que me encantaría leer todos esos libros que has citado de este señor!
    Carlos San Miguel

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