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miércoles, 15 de octubre de 2014

De la roca nacida

“De la roca nacida” es un relato de Carmen Romeo Pemán que, el día 2 de octubre de 2014, recibió el premio del VII Concurso de Relatos Helvéticas, un concurso nacional que anualmente convoca esta escuela de escritoras.

 

De la roca nacida

A las fragolinas de mis ayeres
Siempre que salía de su casa, Petra se sacaba las manos de los bolsillos para acariciar los sillares de las casas y arrastraba las alpargatas para sentir mejor el empedrado en las plantas de los pies. Deambulaba por las calles con la cabeza baja y los ojos entornados, sintiendo que su cuerpo, como las casas, era una prolongación de la roca en la que se asentaba el pueblo. A sus diez años nunca había salido de allí, ni podía imaginarse un lugar diferente de aquel.
El Frago era un pequeño poblado medieval encima de un gran peñasco. Sus cuatro calles formaban dos círculos en torno a la gran atalaya de la iglesia, rodeada por el antiguo cementerio y por la barbacana del Fosal, que convertía al conjunto en un baluarte inexpugnable. Después venía el primer círculo de calles, protegido por otra barbacana. Desde esta segunda barbacana, la del Terrao, allá abajo se veía el cauce del Arba.
A Petra le gustaba ir al río y contemplar el pueblo desde abajo. Desde allí El Frago se parecía a la ciudadela que había soñado Cristina de Pizán en su Ciudad de las damas. Solía volver del río por un sendero estrecho que serpenteaba para hacer más llevadera la subida. Era una empinada cuesta por la que subían las mujeres que habían ido a lavar al río, con sus capazos de ropa limpia, y las que habían ido a buscar agua a la fuente, con dos cántaros apoyados en la cintura y otro en la cabeza. Petra caminaba con dificultad porque los pies se le hundían en el barro y se le enzarzaban con las raíces de los árboles. Mientras subía se le iban apareciendo aquellas damas de Cristina de las que tanto le hablaba su madre cuando la acostaba por las noches.
Al final de la cuesta, se sentaba y se acurrucaba en un recoveco de la roca del pueblo, justo debajo de la barbacana del Terrao. Desde allí contemplaba los linares del otro lado del río y recordaba a la joven Aracne, la que según Cristina había inventado el arte de cultivar y tejer el lino. Pero Petra pensaba que Cristina andaba confundida en eso de los nombres, porque justo a su izquierda, sentada en el banquero del Piquero, solía estar siña Gregoria de Michela dando vueltas al  huso, con la rueca sujetada a la cintura. Siña Gregoria se pasaba el día hilando en los banqueros de las calles y en el carasol del huerto de Vicenta. Petra pensaba que eso trabajar el lino lo había inventado siña Gregoria, porque nadie sabía hacerlo como ella.
Por las noches, cuando volvía a casa, solía recorrer las calles para despedirse de las damas que apuraban la última luz de la tarde. Un día se encontró en la calle Mayor con el polvo y el sudor de Manuela de Ferrerito, que venía agotada de dar gavillas. En ese momento pensó que lo que le contaban su madre y Cristina eran patrañas. Que las mujeres que iban al campo a sembrar, a escardar, a segar y a trillar, no tenían nada que ver con la reina Ceres. Que por las tardes llegaban cansadas y sudorosas, y no tenían el aspecto de reinas triunfantes ni de damas ilustres. Que las mujeres de su pueblo tenían nombres corrientes, que ninguna tenía apellidos, porque sólo se sabía de qué casa eran.
De repente se dio cuenta de que el mundo de los sueños era más bonito que el de su pueblo. Se dio cuenta de que Cristina de Pizán se había inventado un mundo maravilloso y de que su madre se lo contaba para enseñarle a soñar.
Entonces decidió que no quería huir a mundos maravillosos, que se quería fundir con la roca del pueblo y hundir sus pies en el barro. Decidió seguir acariciando los sillares de las casas en las que vivían las damas fragolinas y seguir arrastrando los pies por el empedrado que hollaban las abarcas de unas damas que nunca habían calzado ni calzarían chapines.

Carmen Romeo Pemán 

 Natural de El Frago (Zaragoza), Carmen Romeo es licenciada en Filosofía y Letras (sección: Filología Románica) y titular de un diploma de Postgrado en Historia de las Ciencias y de las Técnicas, por la Universidad de Zaragoza. Posee, además, una amplia titulación en el ámbito educativo, ya que ha sido: maestra de Primera Enseñanza, Profesora Agregada de Enseñanzas Medias de Lengua y Literatura Españolas y, Catedrática de Enseñanza Secundaria.
En la actualidad está jubilada, habiendo sido su último destino el IES Goya, donde impartió docencia como Catedrática de Enseñanza Secundaria en el Departamento de Lengua Castellana y Literatura desde octubre de 1978 a junio de 2009.
Durante el período 1972-1978, ejerció su actividad docente en calidad de profesora de la Universidad de Zaragoza, en el Colegio Universitario de Teruel y, desde 1975 hasta 1978, fue profesora agregada del Instituto Francés de Aranda de Teruel.
Los estudios de crítica y de estilística literaria que ayuden a interpretar los escritos de las mujeres, la recuperación de las voces femeninas, así como los proyectos de renovación pedagógica, constituyen los principales ejes de la labor investigadora que ha llevado a cabo en los últimos años. Los resultados de sus trabajos se han divulgado en congresos, simposios y jornadas. Asimismo, han sido objeto de numerosas publicaciones.
Es coautora del primer material didáctico que se publicó en Aragón sobre estudios de género en formato digital: Acortando distancias. Un viaje hacia la voz, el trabajo y el voto de las mujeres (CD ROM), Ed. Instituto Aragonés de la Mujer y Universidad de Zaragoza, 1998.
Es miembro fundador del Instituto Aragonés de Antropología (IAA).






1 comentario:

  1. ¡Qué chulo! Es admirable cómo en los pueblos había gente como en entornos tan difíciles como un pueblo en aquellos años, donde todo era trabajo para los niños también o era fácil sentirse atraído por otras actividades para pasar el tiempo libre, había niños con inquietudes literarias y culturales frente al tópico de la España rural inculta y basta. Y esto te lo digo por propia experiencia al comprobar el nivel cultural de muchos de los habitantes de San Martín de Moncayo que fueron niños en los Sesenta y Setenta.
    Supongo que tener la suerte de coincidir con buenos maestros es definitivo para ello, aunque aún lo es más la disposición de los padres.
    Carlos San Miguel

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